Si existen mil razones por las cuales no estaría yo jamás a favor del aborto, la principal de ellas es que cuando asistí a la fecundación del óvulo, mi hermano Jesús era un bebé de apenas dos meses de nacido y nuestra hermana mayor aún no cumplía sus dos primeros años de existencia, así que yo habría sido candidato idóneo para la interrupción. Para fortuna mía me tocó doña Chelo como madre y, además, eso sucedió hace cincuenta años, cuando la moral pública era otra y se consideraba el arribo de un hijo como una bendición para el hogar y el nacimiento era motivo de júbilo para toda la familia, como efectivamente lo fue para la pareja Castañeda Nevárez, que no tuvieron ninguna duda de que mi llegada al mundo habría de ser una gran bendición para ellos; lo que no sabían a ciencia cierta era en qué tiempo podría eso apreciarse con mayor claridad, porque por el momento lo único que veían muy claramente era a tres mocosos del mismo tamaño que gritábamos al unísono. Pero mis padres demostraron tener capacidad para eso y para mucho más, porque al cumplir diez años como papás ya tenían en brazos a Laura, que es la octava de la lista y como pilón pronto llegaría Claudia Eli, con quien clausuraron en definitiva la producción de nueve Castañedas.
Ya había sido advertido mi padre que la mujer con quien se unía en matrimonio no podría darle descendencia, porque le habían extraído un riñón tras sufrir un aparatoso accidente y no resultaba nada recomendable la maternidad en esas condiciones; seguramente esa fue la razón por la cual no completaron la docena de retoños.
Podría parecer hasta aquí una historia común, como existen muchas en nuestro país y en todo el mundo; sólo que, en nuestro caso, inesperadamente mi padre fue víctima de una penosa enfermedad que le acompañaría hasta el final de sus días, a la cual se le sumó el desempleo, también por un tiempo más o menos prolongado; esto hizo que fuera mi madre quien se hiciera cargo de la situación para proveer alimento a toda su extensa prole gracias a su experiencia como enfermera, inyectando a todo el barrio de la Fausto Vega.
Todas las madres del mundo vienen provistas de virtudes y capacidades sobrenaturales que las hacen salir adelante en cualquier circunstancia por trágica o compleja que parezca su situación, la razón obedece a que el equipamiento lo reciben directamente del creador. En el caso de doña Consuelo estoy seguro que le tocó doble ración de la gracia de Dios, porque estaba visto que la iba a necesitar con tanto chamaco y al tener que enfrentar durante décadas una situación económica sumamente difícil mas las complicaciones adicionales que trae consigo la falta de recursos; con todo, justo es reconocer que Dios nunca nos dejó de su mano y que todo el tiempo fue de mucho amor, de armonía familiar y de paz en medio de la tormenta, porque cuando más difícil parecía la situación más bonito sonaba la guitarra de mi padre y mucho mejor la hermosísima voz de mi madre.
Ante tales circunstancias de emergencia familiar, Doña Consuelo Nevárez, como primeras medidas, suspendió las garantías individuales, estableció el socialismo familiar como forma de gobierno, porque este era el que le permitía mejor control de la situación y decretó toque de queda a determinada hora con observancia obligatoria. Mi padre, jefe y eje central de la vida familiar, apoyó siempre a mi madre para que fuera ella quien encarnara al Estado y ejerciera a plenitud las facultades coercitivas de que disponía para hacer respetar las leyes vigentes y mantener el orden. En más de alguna ocasión inhibió la propiedad privada y nos decomisó algún bien para distribuirlo entre toda la población familiar, recordando la vigencia de la propiedad colectiva en el hogar y que todo provenía del mismo origen ya que la totalidad de la vestimenta de toda la prole era directamente confeccionada por las hábiles manos de mi adorada jefa. Aunque al tiempo mi padre obtuvo un modesto empleo y con eso pudo apoyar en algo la economía, mi madre jamás bajó el ritmo de su labor ni descuidó un solo segundo la orientación y disciplina de su novena de hijos a quienes instruyó en el temor de Dios, respeto a sus semejantes, amor a México, a las leyes y muchos valores más que a su vez aprendió de los abuelos en una perfecta coordinación y acuerdo con mi señor padre Don Porfirio Castañeda, hombre sabio, prudente y honesto, logrando hacer de sus hijos buenas personas y honorables ciudadanos; la única lamentable excepción, no imputable a errores paternos, como les consta a quienes me conocen, resulta ser quien esto escribe, oveja negra de la familia. Cosas que pasan en todas las familias desafortunadamente.
La celebración del día de las madres justifica la utilización del espacio para un asunto que pareciera totalmente privado, pero el de Consuelo Nevárez es el mejor ejemplo que conozco y que me consta de amor sublime y de entrega total al cuidado de su familia en condiciones totalmente desfavorables y que se intensificó cuando mi padre sufrió una embolia que le inmovilizó por casi tres años hasta que partió al encuentro con Dios; mi madre dispuso en todo ese tiempo de las 24 horas del día sin el menor descanso para atender con un gran amor a mi viejo, razón por la cual hoy en reconocimiento le rindo en este día mi mejor homenaje de amor, gratitud y veneración por su cariño y por sus cuidados; además, porque se que cada día que inicia en su vida lo hace pidiendo la protección de Dios para cada uno de sus hijos y de sus nietos, razón por la cual mi vida ha sido llena de bendición y de la protección que me dan sus oraciones. Se que aun cuando he compartido la vida con mis queridos hermanos ella me ha hecho sentir hijo único, amado y admirado y es por ella que ando confiado por la vida, porque se que todas las madres tienen vara alta en las alturas, pero que ella tiene consideraciones más que especiales que me alcanzan sin ser merecedor de ello. Por todo ello, doy gracias a Dios por la bendición de contar con mi adorada madre y deseo que sea eterna porque la necesito conmigo cada día, por eso bendigo a Dios por haber dispuesto a Doña Chelo para que fuera mi madre. Esa es la cuestión. (
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