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¿CUANDO, EL DISTRUBUIDOR VIAL?

Por Ezequiel Castañeda Nevárez.



Soy de los 50 vecinos más próximos a la magna obra conocida por todos como Distribuidor Vial Araucarias; por tanto, he padecido como pocos las molestias causadas por la ejecución de este tan necesario distribuidor vial; pero también seré, y eso me consuela, de los principales beneficiarios agradecidos cuando concluya, ya que formo parte de la carga vehicular cercana a los 70 mil autos que transitamos diariamente por esa importante vialidad.


Tengo entendido que esta moderna obra habrá de agilizar el tráfico al cumplir su función primordial de distribuir y de facilitar la circulación vehicular para mejorar tiempo y fluidez, lo mismo del tráfico local, que representa un 80 %, que del conocido como de largo itinerario, que es el que utiliza la vialidad solo de paso por la ciudad. Este Distribuidor forma parte de un paquete de obras con inversión pública considerable que había esperado por décadas la capital del estado, hasta que una mancuerna Gobernador-Presidente municipal se decidiera a hacer algo por la ciudad de las flores, tan congestionada, por cierto. La voluntad política por fin se manifestó en una serie de obras que habrán de indicar que Xalapa se incorpora por fin a la modernidad, con Fidel y con Ahued. Y eso que aun quedan 860 proyectos ejecutivos pendientes para esta capital.


Los trabajos debieron hacerse bajo una indicación muy clara por parte del Ejecutivo estatal: evitar molestias a la ciudadanía. Así de sencillo y claro. Es decir, había que cuidar que la circulación no se cerrara, porque el punto en donde se construye es justamente el centro neurálgico, que influye en la circulación general de toda la ciudad por su ubicación estratégica y por su confluencia de vialidades y que provoca allí y en otros lugares los famosos “cuellos de botella”. Para llevar a cabo los trabajos de aproximadamente 520 metros de muro se acordó con el municipio un programa de apoyo al tráfico vehicular por parte de Tránsito municipal; había que iniciar la parte alta para el manejo de la circulación en general, sin cerrar esta y, posteriormente, realizar los trabajos que permitieran el paso de tráfico en los carriles centrales en un espacio en donde se encontraba un banco de piedra considerable. Evitar molestias era evitar explosivos y dar prioridad a la seguridad de peatones y de vehículos; algo así como una cirugía a corazón abierto en donde ningún detalle carece de importancia.



Tiene mucha razón el experto analista Rubén Ricaño Escobar, brillante colaborador de Diario de Xalapa cuando afirma que la obra hidráulica es la base del éxito de toda obra, por lo que me di a la tarea de investigar información elemental que nos sirva a los ciudadanos comunes, que no sabemos de la materia, para enterarnos si se inundó, si estuvo bien ejecutada la obra, cuándo habrá de concluirse y si el proyecto ejecutivo correspondía a las expectativas del ciudadano xalapeño y a la sensibilidad de Fidel y de Ahued. Me entero que no se ha inaugurado la obra como tal porque el Distribuidor, que es la obra central, lleva un 50 % de avance físico. Lo que se ha concluido exitosamente es la parte que corresponde a los carriles centrales y eso es lo que se puso en circulación; porque lo que distribuye propiamente es la obra de arriba, por llamarla así; es decir, la que permite cambiar de ruta al automovilista, lo que se llama distribuidor vial, pues; porque la parte baja solo facilita continuar el rumbo, no su distribución. Me entero que únicamente falta la parte estética de lo que conocemos comúnmente como “glorieta”, que no lo es precisamente, y que esta parte es la que alivia lo denso del tráfico local, que es el mayoritario en esta capital.


En cuanto a la obra pluvial, que considera la afluencia de las aguas que provienen de 20 de noviembre, con sus acumulados de más arriba, y las de Lázaro Cárdenas, que también vienen recargadas por otras descargas tenían, antes de esta obra, camino hacia la zona de araucarias y continuación hacia la parte baja de Lázaro Cárdenas, por eso las inundaciones. Esto ha cambiado a partir de ahora al conectarse a un resumidero ubicado a un costado de Palo Verde, cuyos trabajos de conexión interrumpieron el tránsito por unas horas el sábado anterior, con lo que quedará resuelto el problema pluvial aprovechando la pendiente continua de la vía que abarca la obra en cuestión.


Habría que agregar que los trabajos están encomendados a profesionistas veracruzanos, egresados de la Universidad Veracruzana y que estos tienen en promedio al menos 25 años de experiencia en el ramo, concretamente en este tipo de obras.


Solo habrá que tener especial precaución en la obra eléctrica que va de la mano con la obra en general, para evitar que atrasos en la asignación de los contratos atrasen aun más los trabajos o, peor aun, que haya necesidad de romper pavimento para continuar con la labor bienhechora, porque esto puede provocar molestias justificadas de la población que darían al traste con el buen trabajo hasta ahora logrado; porque el atraso de cuatro meses no impacta tanto al ciudadano, que entiende los beneficios que trae la obra, como el saber que inconvenientes menores que se pueden prever con tiempo, como la asignación de obra y de recursos, hablan de la eficiencia y eficacia de los servidores públicos responsables de estos trabajos y hay que considerar que la parte final de la obra se iniciará tan pronto se asigne esta, que aun no se ha contratado, por cierto. Si usted se pregunta cuándo se habrán de concluir totalmente los trabajos, la respuesta correcta es: al menos dos meses después de que se asigne la obra final. Nada más, nada menos.


Por lo pronto, ya no habrá más inundaciones; pronto tendremos concluidas guarniciones y banquetas y, por supuesto, la obra eléctrica y estética, para que este Distribuidor sea el que identifique a la ciudad capital y que haga recordar a un par de servidores públicos que supieron cumplir su palabra de campaña: Fidel Herrera y Ricardo Ahued. Mientras tanto hay que concluirla. Esa es la cuestión










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¡QUÉ PADRE SER PADRE!
Por Ezequiel Castañeda Nevárez.



Doble celebración del día del padre para muchos de nosotros que somos padres de familia y que festejamos también a nuestro padre. Quienes ya no lo tenemos entre nosotros, lo celebramos de alguna manera a través de remembranzas o visitando el cementerio, como es mi caso. Prácticamente estoy escribiendo estas líneas en la tumba del Señor Castañeda. No vengo aquí con mucha frecuencia porque cuando vengo es porque algo me agobia o me entristece, o simplemente ante alguna premonición, porque de estas visitas salgo invariablemente reconfortado y con una energía física y espiritual inmensa que me dura por mucho tiempo aun cuando mi estancia aquí sea breve; con esto quedo listo para enfrentar cualquier reto o adversidad por difícil que parezca hasta nueva visita. Siempre vengo solo, porque necesito en estos momentos estar solo. No le hablo a mi padre en su sepultura, más bien como que le escucho hablar a él, porque el contemplar su tumba en silencio me hace transportarme en el tiempo décadas atrás recreando su imagen y sus palabras como cuando me hablaba directamente; es entonces cuando siento su presencia y cuando recuerdo sus enseñanzas una a una como si me las volviera a repetir. Supe desde niño que mi papá era un ser humano excepcional porque eso escuchaba de las personas que le conocían; después pude confirmarlo plenamente al paso del tiempo. Era un viejazo fuera de serie, irreprensible y justo y, por su trato, siempre respetado y admirado; era de esas personas que de inmediato inspiran confianza y por eso siempre había alguien con él solicitando sus consejos o escuchando sus enseñanzas, porque tenía también el don de tener siempre la palabra adecuada; nadie como él para infundir aliento, para animar, confortar o para orientar. Fue toda su vida un hombre íntegro cuya rectitud resistía cualquier prueba, lo que no era obstáculo para exhibir el excelente humor que le caracterizaba y los buenos momentos acompañando con su guitarra esa hermosa voz de mi madre.


Festejo jubiloso también que un 2 de octubre (no se olvida) me estrené como papá, hace ya 27 años. Era en ese entonces un joven estudiante de 23 años que asustado esperaba afuera del quirófano el anuncio del nacimiento de mi hijo. Al recibirlo, sentí ese algo indescriptible que sentimos los papás: un encuentro de sensaciones nuevas en mi ser; una serie de químicos que se movieron con fuerza por todo mi interior como preámbulo de la colocación de una pesada loza en mi espalda, más grande que la del heroico Pípila. Desde ese momento cargo con gran satisfacción la bendición y enorme compromiso de la paternidad. La sensación y la responsabilidad se me incrementaron cuando nacieron mis hijas Marissa y Mariana que me hicieron cargar para siempre el pescadote como el de la emulsión de Scott. Pero todo esto es lo que me hace exclamar convencido y emocionado: ¡Que padre ser padre!


Fue ese día, cuando nació mi primogénito, cuando tuve la exacta dimensión de la grandeza de mi viejo. Recuerdo que me desbarataron mil sensaciones cuando puso su mano sobre mi espalda para felicitarme. Un abrazo que guardo como valiosa estampa: mi papá, orgulloso de que yo también me estrenara como tal.


En esta semana, impactaron a la sociedad dos notas periodísticas, las cuales dan cuenta de un joven que mató con un martillo a su padre y de otro más que le propinó a su progenitor tremenda golpiza hasta matarlo; ambos parricidas, influenciados por las drogas y el alcohol. Otras notas de menor impacto siguieron a las anteriores; también van por el mismo rumbo, aunque se quedan en simples denuncias de padres en contra de la violencia de sus hijos. Lamentablemente pasa desapercibida la noticia porque ya es parte de la normalidad, lo que debe preocuparnos a todos. No lo concibo, me cuesta trabajo creerlo y aceptarlo; no lo podría creer si no hubiese visto en mi paso por áreas de la procuración de justicia cientos de expedientes penales de jóvenes que enfrentan un proceso judicial o que han sido sentenciados por atentar física o sexualmente en contra de sus padres; o también de padres que atentan contra sus propios hijos. Pocos podemos cerciorarnos a detalle, por nuestro trabajo, de la descomposición moral de la sociedad que ha llegado al grado de enfrentar hijos contra sus padres y viceversa, lo que me hace pensar y preguntarme si no habrán recibido ellos uno de los mejores consejos que me dio mi viejo y que se supone que todo mundo conoce. Se trata de uno de los diez mandamientos, que mi padre repetía siempre a sus hijos, imperativo: “honra a tu padre y a tu madre, para que te vaya bien y seas de larga vida sobre la tierra. Este –añadía mi viejo- es el único mandamiento con promesa. Hay que cumplirlo”. Esta orden quedó grabada en mi mente y en mi corazón para siempre, por eso mi confianza y mi tranquilidad en todo momento, porque también aprendí que hay que obedecer a nuestros padres porque esto es justo y porque esto agrada al creador, o sea que la recompensa viene asegurada en larga vida y bienestar total; por eso lo transmití tal cual a mis tres retoños, porque quiero que a mis hijos y a sus propios descendientes les vaya bien y que sean de larga vida sobre la tierra. Por añadidura, lo más probable es que también me libre de uno que otro martillazo. Esa es la cuestión.


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